Llevo años luchando contra el síndrome del impostor. Es un elefante en la habitación del que pocos hablan, pero que muchos sentimos. Aunque me considero una persona inteligente y autosuficiente, he vivido gran parte de mi carrera con un miedo constante a que alguien descubra que soy un fraude. Esta es mi historia, la de muchas batallas ganadas y una guerra que quizás nunca termine.
El Origen del Miedo
Mi historia con la autosuficiencia empezó temprano. Después del trauma de aprender las tablas de multiplicar con mi madre —una experiencia que, asumo, el 85% de los latinos ha vivido—, decidí que aprendería por mi cuenta.
Esa independencia me siguió a la universidad. Para pasar desapercibido, siempre me sentaba atrás, evitaba participar y, en los trabajos en grupo, esperaba a “los rezagados”. Incluso hacía fuerza para quedarme solo si era necesario. Exponer era una tortura; temblaba y rogaba que nadie tuviera dudas.
Curiosamente, este miedo desaparecía en mi propio emprendimiento. Hablaba con clientes sin dificultad. El pánico solo aparecía frente a gente de mi campo profesional; personas que, en mi mente, podían poner en tela de juicio mis conocimientos y descubrir mis errores.
La Primera “Vacuna”: Mi Primer Empleo
Todo cambió cuando conseguí mi primer trabajo como desarrollador. Aún recuerdo la primera daily meeting. Escuchaba a ocho personas hablar de desarrollo y los imaginaba como dioses del código. “Algún día seré como ellos”, me repetía.
Ese equipo fue mi primera “vacuna”. Empecé a rodearme de esas ocho personas que tenían un conocimiento a años luz del mío, pero que depositaban su confianza en mí. Comencé a interactuar, a pedir consejos. Cometí errores, miles de ellos, pero con el tiempo fueron disminuyendo.
Fue entonces cuando empecé a aplicar una frase que lo cambió todo: “Si tienes miedo, hazlo con miedo”. Hablar en las dailys, defender (e incluso revisar) los pull requests… cada pequeña acción era un ejercicio para vencer al síndrome.
Las Armas para Ganar Batallas
En 4 años de experiencia, he tenido días de mucha confianza y otros en los que el síndrome me atrapa. No he ganado la guerra, pero sí he ganado muchas batallas. He aprendido que la solución no es ignorar al elefante en la habitación, sino enfrentarlo.
Nuestra mente, al igual que el sistema inmune, se fortalece al enfrentar el “virus”. En este caso, la vacuna es la interacción y el aprendizaje constante. Comprendí que, donde sea que vayamos, siempre habrá gente que sepa más que nosotros. Es una ley de la naturaleza.
Mis armas principales en esta lucha son:
La Humildad Activa
El síndrome del impostor ya viene con una dosis de humildad, pero debemos convertirla en un motor. Ser humilde no es sentirse menos, es reconocer que siempre hay espacio para aprender de los demás.
El Aprendizaje Infinito
Si sufres de esto, es porque te encanta aprender. ¡Usa eso a tu favor! Aprende de tu equipo, de tus clientes, de los que te da miedo enfrentar. El conocimiento es el antídoto para la duda.
Enseñar para Afianzar
Comunicar o enseñar lo que sabes es un ejercicio increíble. Te obliga a estructurar tus ideas, afianza tus conocimientos y, a través del feedback, te ayuda a entender cómo te perciben los demás y el verdadero valor que aportas.
Tu Plan de Batalla
Si estás leyendo esto y te sientes identificado, no estás solo. Mi recomendación es simple: acción.
Si ya trabajas, apóyate en tu equipo. Demuestra lo que sabes, pregunta sin miedo y entiende que, si estás ahí, es porque aportas un gran valor.
Si estás empezando, busca la interacción. Habla con amigos sobre temas profesionales, únete a grupos, asiste a conferencias, haz networking.
Rodéate siempre de personas que te desafíen a seguir aprendiendo. Porque en un mundo donde la evolución es diaria, la única certeza es que nunca alcanzaremos el 100% del conocimiento. Y esa, aunque no lo parezca, es una buena noticia. Nos da permiso para estar siempre en modo aprendiz.